Acribillada de heridas que tienen ojos,
ojos que ven un mundo todo tristeza,
ahora y para siempre,
bocas que cuelgan sonrientes en un cielo ensangrentado.
¿Cómo puedo ser buena?
¿Cómo puedo hallar alivio en el silencio
mientras los pájaros construyen su nido
frente a mi balcón?
Te vi partir cuando las hojas de esos árboles
dejaban su sombra púrpura sobre la tierra gris;
volviste, implacable, para sembrar de lágrimas mi vientre
y apagar tu cólera en mi corazón.
De veras estoy, y mortalmente, herida por las semillas del amor,
semillas de sabor amargo destiladas en alambiques de incienso.
No hay realidad sino el amor.
No puedo despertar de este sueño de plomo en el que ansío
seguir durmiendo.
No queda sitio para la compasión, apenas puedo ver
el odio que a los mediocres inspiran los milagros.
Sé que estar alegre, ser feliz,
aunque sea suavemente y en silencio, le crea a uno enemigos.
Recuerda: yo no soy el desahogo, sino la meta.
No pretendo cegarte, sino encontrarte.
Temes que sean cantos de sirenas y sólo son la voz
de lo inevitable, que siempre te da la bienvenida
tras cada larga espera.
Yo fui hecha sólo para ti.
Soy más vulnerable que la princesa
a la que siete colchones no consiguieron disimular un guisante.
El obstáculo que el amor no puede vencer
no son las certezas, sino las dudas:
hay un volcán en mi cerebro, yo puedo descifrarlo,
y me advierte de que estoy perdida.
Mi amor está crucificado en una cruz flotante
y aúlla mi nombre en plena noche.
Yaces, bajo tu hermoso cuerpo desnudo,
con tus pies clavados a la longitud de lo inevitable,
flotando en los mares perpetuos de la tragedia,
en una mano el Amor, en la otra tus Dudas.
¿Cómo puedo compadecerte,
aunque imagine todo tu dolor,
cuando cada una de las heridas por las que me desangro
las hiciste tú con cada uno de tus besos?
Recuerda que la tentación para ti no soy yo:
lo es todo aquello que te desvía de mí.
¿Cómo es que nadie ha notado que estoy muerta
y se ha tomado la molestia de enterrarme?
Puedo llorar hasta inundar los desiertos de África, hay
tanta fuerza en mí que siento
que puedo desbordarme cuando camino sobre el asfalto
helado sin que tu mano enlace mi cintura,
que puedo hacer que las farolas apaguen su luz
y la Luna desde el final del túnel de la noche
se desplome
sobre el balcón de tu terraza
retorciéndose como un pez agonizante.
Elijo la soledad, elijo tu martirio
en esa piel cubierta de escamas de crueldad
que llevo adheridas a mis ojos.
Puedo esperar incluso sin esperanza.
Soy más fuerte que tú.
Pues todos los recuerdos
han forjado la coraza que me recubre
y ahora espero en esta soledad infinita,
mientras las hojas de los árboles persiguen implacables
el ciclo de la vida,
y te siento perdido,
acaso ya un cadáver errático y solemne
sobre mares helados salpicados de espuma.
No puedo reclamarte que seas generoso,
pues el rencor de aquel niño maltratado
ha tomado posesión de tu existencia;
he de ser instrumento de tu odio, he de ser sometida
en una esclavitud que apenas comprendo
y espero como Ofelia flotar cubierta de algas y de líquen,
dulce cadáver impaciente con ojos ya sin lágrimas.
Hoy, si fueras clemente, me habrías dado muerte
clavando al tiempo tus labios y el cuchillo
en este cuello blanco y palpitante.
El amor es fuerte como la muerte.
Mi amor.
Mi muerte.